No temo a la oscuridad. Tampoco me asustan las películas de miedo. No me importa asumir riesgos. La vida es un continuo salto al vacío. Y es maravillosa precisamente por eso. Sin embargo, al hablar de salto al vacío estoy siendo muy poco literal. Soy valiente, pero en otro sentido. Ni con arnés sería capaz de jugar a que vuelo. Bien, por fin hemos llegado a ese verbo que me aterroriza y que nos ha traído hasta esta publicación: volar.
Cuando subo a un avión, las manos me tiemblan y se me pone un nudo en el estómago. Es un pánico inevitable que solo se me pasa cuando mis pies vuelven a tocar tierra.
Afortunadamente, tengo Brandwatch Analytics para recordarme que no estoy sola. Escuchar lo que dice la gente en redes sociales sobre volar ha sido una pequeña terapia que me ha reconfortado bastante.
Sobre todo al comprobar que puede haber miedos mucho más justificados cuando se trata de montar en avión:
¿Despegar o aterrizar?
Hemos monitorizado 1617 menciones en los últimos 28 días sobre el “miedo a montar en avión”. Para mi hay dos momentos clave en los que cierro el libro (en el que casi nunca puedo concentrarme por la tensión que sufro) para agarrarme fuerte al asiento deseando que todo pase tan pronto como sea posible: Despegar y aterrizar.
¿Cuál de las dos maniobras preocupa más a esas almas asustadas de las redes sociales que, como yo, odian montar en avión? En esta pequeña investigación, la conversación sobre “despegar” solo generó un 12% más de conversación que “aterrizar”:
El simple sonido asusta a algunos (me incluyo):
Y, a otros, parece que se les pasa la emoción cuando el aparato alza sus alas:
En mi último viaje, este problema mío con los aviones se incrementó aún más si cabe debido a unas “pequeñas” turbulencias que hicieron que el pasajero del asiento de al lado convirtiera su periódico en un fabuloso abanico de papel para darme aire.
Por supuesto, descubrí que estos movimientos -que se producen cerca de nubes inestables- tampoco son los preferidos de los viajeros en general. Excluyendo la conversación neutral, comprobé que el sentimiento sobre las “turbulencias” generó un 90% de conversación negativa:
Y diréis. ¿Quién representa ese 10%? Aunque nos pueda parecer extraño, hay gente a la que le va la marcha y eso es lo que equipara las conversaciones de la calle con las de las redes sociales: hay opiniones para todos los gustos.
El miedo es universal
Aunque no en todos los países surgieron tantas menciones sobre el miedo a montar en avión: España fue el territorio que más conversación generó con un 32,7%, seguida de México con un 21% y de Colombia con un 19,9%.
El tono de las menciones es parecido en todos los países. Y es que si el amor es universal, el miedo lo es mucho más:
¿Cómo reaccionan las aerolíneas?
Elegimos dos aerolíneas, una española (Iberia) y una mexicana (Aeromexico) para determinar si había conversación sobre el miedo a volar en torno a ellas:
Efectivamente, en las dos se produjeron menciones de este tipo. En el caso de Iberia, parece que un e-mail que mandó la compañía a sus viajeros no resultó del todo afortunado.
No obstante, incluso para gente de tierra como yo resulta graciosa la metáfora que emplearon en el correo electrónico, probablemente de forma no intencionada:
La compañía posee algunas publicaciones en su blog para explicar a los pasajeros conceptos como las turbulencias. Gracias este tipo de lecturas, contamos con más conocimiento para afrontar los viajes en avión con una mayor serenidad.
Y si esto no basta, ofrecen cursos para armarse de valor y que no consiga achantarnos ni la más negativa de las películas sobre vuelos truncados.
En el caso de AeroMexico, detectamos una conversación más general:
¿Somos más miedosas con los aviones?
Puede que sí o puede que no, pero lo cierto es que las mujeres expresaron un 26% más que los hombres su miedo a volar. ¿Será que los chicos confiesan menos este tipo de cosas?
En este punto no podía dejar de mencionar a Ainhoa Sánchez, una mujer que entrevisté una vez por ser pionera en España en la práctica de wing walker. Mientras yo temo hasta el momento en el que el avión arranca, ella hace acrobacias sobre sus alas mientras el aparato vuela a 240 kilómetros por hora. “Es una sensación de libertad, como estar enamorado a lo bestia”, me confesó en su día.
Siempre hay alguien ahí
El hombre que fabricó un abanico con su periódico para darme algo de aire en mi último viaje me demostró que, ante la adversidad, no estamos solos. Es más, la solidaridad y la empatía se aceleran en ese tipo de circunstancias.
También lo he comprobado en las redes sociales leyendo preocupaciones comunes y algunos buenos consejos. El miedo, si se comparte, no es tan malo. Y si el amor de tu vida viaja contigo, mucho menos. Así pues, es hora de elegir el próximo destino.